Diagnóstico

Mira, ésa es Marta. Está en la sala de espera de la consulta del ginecólogo. Le ha pedido a su pareja que le acompañe, cosa nada habitual en ella. La estancia es luminosa, amplias ventanas de madera, varios maceteros con frondosas plantas de interior, qué bonito el verde de ese palo de Brasil, el ficus está imponente. Hay dos grandes sofás de color azul ultramar colocados en forma de ele, una mesa baja de cristal en el centro con varios montones de revistas del mundo del bebé y media docena de cómodas butacas completando el círculo. En la pared, de color salmón, varios cuadros abstractos de gran formato representan composiciones de carácter general.

Una joven pareja esgrime sus diferencias con respecto al ritmo intestinal de su recién estrenado bebé. Posiblemente han venido para la revisión que suele hacerse una semana después del parto. Una mujer de treinta y tantos largos hojea una revista con curiosidad – Mi bebé y yo- y muestra a su acompañante algunas imágenes que llaman su atención. Estará de unos seis meses. Es el primer hijo, de eso no cabe duda. Otra paciente teclea con avidez mensajes en su teléfono móvil mientras, con el pie, balancea el carrito de su bebé al que consigue contagiar la ansiedad. Marta observa cada escena con la distancia crítica de quien simplemente acude al ginecólogo para la revisión rutinaria anual, si bien es cierto que en esta ocasión viene algo preocupada: esa tensión incómoda en el pecho que no le permite dormir bocabajo, las menstruaciones cortas y menos espaciadas. Algo está sucediendo en su interior y se pregunta si no serán los primeros toques de atención de la menopausia. Tiene ahora cuarenta y tres años recién cumplidos. Por supuesto a Carlos, su pareja, diez años más joven que ella (nadie lo diría), no le ha comunicado esta sospecha. La báscula inteligente de su gimnasio no deja de repetirle cada viernes que su edad metabólica es de treinta años. No va a ser ella quien tire piedras sobre su propio tejado.

Desnúdate de cintura para abajo y ponte esto por encima, siéntate aquí con los pies en los estribos. Piernas bien abiertas. El culo en el borde de la camilla. Más hacia delante, haz el favor. Te voy a coger una muestra de tejido vaginal para una citología. Si veo algo raro me pongo en contacto contigo, si en quince días no te he dicho nada puedes estar tranquila. […] Túmbate ahora aquí para la ecografía. ¿Qué tal las menstruaciones? Bueno, es normal… ¿Vas más estresada de lo habitual? A veces se producen desarreglos que no tienen mayor importancia. La tensión en las mamas de la que me hablas también puede estar relacionada con cierto desajuste del ciclo. Son quistes galactóforos, no es preocupante. Si te molesta mucho te vienes y aquí mismo te los quito, es un pinchacito de nada, pero con un poco de suerte se reabsorben solos. […] Esta mancha en el útero parece un coágulo, un embolsamiento, tendremos que ver si está relacionada con los desarreglos menstruales. Esperemos a los resultados de la citología para descartar males mayores. […] Te vas a hacer una mamografía y una analítica de sangre. Vamos a ver cómo vas de hierro y cómo está la tiroides. Cuando tengas los resultados vuelves por aquí y comentamos la jugada. No te olvides de pedir cita. Y descansa, te veo agobiada y demasiado delgada.

Al salir de la consulta Marta y Carlos van a merendar a una de sus cafeterías preferidas de la zona. Ya lo habían planeado de antemano, así que, aunque Marta no está de humor, siguen adelante con el plan. Pura inercia. Ella está pensativa y poco habladora. No es buena señal. Él no advierte su preocupación y descontento. Mal asunto. Finalmente es ella quien aborda el tema. No le ha gustado nada cómo le ha tratado el doctor: le ha quitado importancia a todas sus molestias, vamos que no le ha tomado en serio. Carlos cree que el doctor ha estado bien, quitarle hierro a las preocupaciones del paciente a veces ayuda a afrontar la situación con menos angustia. Pero Marta piensa que si hay algo que el ginecólogo no ha hecho es afrontar su situación, porque ella no se encuentra bien pero el tipo no hace más que tirar balones fuera. Todo es normal y en absoluto preocupante.

Fíjate, ya ni hablan. Cada uno absorto en la pantalla de su dispositivo digital apurando el Apfelstrudel y el café con leche tamaño alemán. Yo pago (él). Te espero fuera (ella). Y se dirigen a casa como dos completos desconocidos que caminan por acaso en la misma dirección. Viven en un precioso ático de la Plaza del Patriarca, vamos, en pleno centro de la ciudad. Ella al llegar se duchará y se pondrá cremas de hasta cuatro tipos distintos, él se encerrará en el despacho para terminar de preparar las clases de mañana.

Al día siguiente Marta acude a su oficina donde a duras penas logra afrontar la vorágine propia de una jornada normal. Es la jefa de la sección de embalaje de una importante empresa de logística en el puerto. No obstante, haciendo gala de su carácter firme y resuelto, manda, ordena y toma decisiones determinantes a toda máquina. Durante los diez minutos que se toma para reponer fuerzas (sandwich vegetal sin mayonesa y cortado descafeinado de máquina con sacarina), aprovecha para llamar a la clínica en la que se hará la mamografía. Mientras el teléfono emite una sinfonía de espera con aire New Age ella se promete que acatará el resultado de las pruebas con entereza y resignación.

Carlos ha pasado la mañana en su despacho de la facultad de Ciencias de la Información peleándose con un artículo sobre el valor de la belleza en la tradición fílmica shakesperiana y ha impartido sus clases diarias de Recursos narrativos en la edición de textos audiovisuales. Durante el descanso se ha tomado un zumo de naranja natural y un pincho de tortilla de patata con sus tres compañeras de departamento. Cuando en la pantalla del televisor de la cafetería aparecen las imágenes de una pomada para combatir la sequedad vaginal recuerda de soslayo la visita al ginecólogo del día anterior, pero en cuestión de segundos su atención vuelve al tema que se debate en la mesa: la nueva becaria y su sonado rollito con el Decano. Por lo visto la cosa está pasando de castaño oscuro, hay rumores de un posible embarazo.

Los días siguen su curso sin grandes novedades en apariencia. Marta está más cansada de lo habitual y lo achaca a las malas noches que pasa sin poder cambiar de postura en la cama. Por si fuera poco, un pertinaz estreñimiento, unido a una incipiente variz bulbar, le obliga a permanecer demasiado pendiente de su entrepierna. Después de la insensibilidad que Carlos demostró tras la visita al ginecólogo, Marta decide no mencionar ni un detalle más sobre el estado de la cuestión. A las preguntas de cortesía por Él formuladas Ella contesta con vagas generalidades o con datos objetivos exentos de emoción. Sí, un poco mejor, gracias. El día veintiocho a las 19:30. Bueno, casi prefiero ir sola.

Llega el día de la cita para la mamografía. No sé si has visto alguna vez en qué consiste esta prueba. Es muy desagradable. Marta está de acuerdo conmigo a juzgar por la cara que pone durante su ejecución. Además la auxiliar encargada de colocar por turno las mamas de la paciente sobre una gélida bandeja metálica para después estrujarlas con una plancha como si se tratara de una hamburguesa, no es un ejemplo de delicadeza. Pero es que para colmo de males los pechos de Marta están especialmente sensibles e inflamados. ¡Esto duele! Aguanta un poquito más, acabamos enseguida.

Después de unos cuarenta minutos de espera Marta entra en la consulta del especialista. Las radiografías no revelan ningún tipo de anomalía más allá de los ya famosos quistecitos. Por lo visto las mamas muy fibrosas, con poca grasa, suelen acusar más los cambios hormonales, así que es bastante habitual que los diferentes momentos del ciclo hagan reaccionar a la glándula mamaria produciendo mayor sensibilidad o congestión en los días previos al periodo. De ahí la molestia referida por la paciente. Bueno, ahora lo importante es que el ginecólogo valore los resultados. El radiólogo graba en un CD las imágenes obtenidas y se lo entrega a Marta en un sobre junto a un breve informe totalmente incomprensible para la paciente.

Al día siguiente tiene cita para hacerse los análisis de sangre. El laboratorio queda cerca del bufete en el que trabaja su amiga Ana. Marta le envía un mensaje bien temprano para quedar a tomar un café. Necesita hablar con ella. La goma estrangulando su brazo derecho, los tubos llenos de un líquido espeso, casi negro, con etiquetas indescifrables y el hematoma que durará más de una semana, no revisten ningún interés. Es lo de siempre y así lo subraya la cara de rutina con la que procede el practicante. La conversación con una de sus mejores amigas, sí. Ana ha encontrado a Marta desmejorada y con cara de agotamiento, como si algo le preocupara o no descansara bien. Además esa blusa ancha pasada de moda no te favorece nada. Con el tipazo que tú tienes, cabrona. Marta trata de quitarle importancia a los comentarios de su amiga, pero no lo consigue, por eso no le ha revelado ningún detalle sobre la visita al ginecólogo ni sobre la discusión con Carlos. Desde entonces la pareja está distante.

Al llegar a casa se mira en el espejo de la entrada. Es verdad, Ana tiene razón, ese no es para nada su estilo. El caso es que desde hace un par de semanas no aguanta los vaqueros ni las prendas ajustadas. Además, como no va al baño con regularidad, se siente abotargada. Y mira qué barriga, con razón no tiene energía, es evidente que su organismo no está funcionando con normalidad. El segundo cerebro colapsado. Sin llegar a descalzarse ni a dejar el bolso en la repisa da media vuelta y baja de nuevo a la calle. Esta vez se dirige al centro médico del barrio y pide cita con un endocrino, hace un par de años tuvo un episodio de irritación de colon así que quiere descartar esa opción. El especialista no podrá verla hasta el día catorce del mes siguiente, para lo cual faltan aproximadamente tres semanas, pero pide una visita con el médico de urgencias.

Consignados todos los síntomas y anotada la fecha de la última regla, el doctor, un apuesto y joven varón de nacionalidad venezolana, confirma que podría tratarse de una nueva crisis de colon. El estreñimiento, la falta de energía, el abultamiento del vientre, el cúmulo de gases, todo apunta a un fallo intestinal. No obstante, deberá esperar a que la vea el especialista. Por el momento le recomiendo que haga uso de una dieta ligera, rica en caldos y purés de verduras, tome mucha agua y evite alimentos fritos o demasiado grasos. Le voy a prescribir un par de días de reposo para que se cuide y descanse. Imposible, yo no puedo faltar al trabajo. Claro que puede, querida, todo el mundo puede faltar un par de días al trabajo. Y después de una charla agradable y cordial con el facultativo Marta pone rumbo a su hogar con un diagnóstico provisional, pero diagnóstico al fin y al cabo.

Frente a la nueva perspectiva la actitud de Carlos da un giro radical, su madre padeció de colon irritable y sabe lo molesta que puede llegar a resultar esta dolencia. De modo que, con la sabiduría atesorada a lo largo de dos décadas de dieta blanda, el joven profesor universitario se autoproclama cocinero y dietista del 37, Ático Izquierda de la Plaza del Patriarca. Marta está animada y reconoce que últimamente ha sido un poco borde con su chico. Entre purés de verduras y compotas de manzana la joven pareja recupera la sintonía y vuelve a reinar la paz y la concordia en el hogar. Sin embargo, ella no experimenta ningún tipo de mejoría salvo por las exiguas defecaciones que anota escrupulosamente en su agenda a diario. Hay que celebrar los logros obtenidos por pequeños que sean, pues forman parte del camino hacia la consecución de grandes objetivos. Lo ha aprendido de un famoso coach en el último curso de liderazgo al que asistió.

Una semana después, con los análisis y el CD en el bolso, Marta se dirige de nuevo al ginecólogo. Ha quedado en encontrarse allí con Carlos porque ambos acuden desde el trabajo. Esta vez ha sido él quien ha pedido acompañarla. Desde luego, está irreconocible, con la falta de iniciativa que ha demostrado siempre. La visita es rápida. Todo está en orden. No hay nada de lo que preocuparse. Marta le comenta al doctor que estas últimas semanas se ha notado todavía más cansada, le habla de su colon irritable y le pide su opinión. El doctor opina que las mujeres de hoy en día son unas histéricas y que su empeño por competir con los hombres en puestos de trabajo de alta responsabilidad está acabando con el equilibrio de la especie, pero obviamente no se lo dice a la paciente. A cambio se la sacude de encima diciéndole que está hecha una jovencita y que, salvo incidencias, queda emplazada para dentro de un año, cuando llegue el momento de hacer la próxima revisión anual.

Esta vez es Carlos el ofendido. No te ha mirado a la cara ni una sola vez. El tío tenía los ojos pegados a la pantalla de su ordenador. Ni siquiera nos ha dado una explicación detallada de las pruebas diagnósticas que te mandó hacer. Es indignante, somos un turno en su agenda. No le importa un bledo cómo te encuentras, se la trae floja tu sufrimiento. Es cierto, y lo peor es que cada vez me encuentro más debilitada y más sensible. Por las mañanas cuando suena el despertador me muero de ganas de llorar. La perspectiva de tener que afrontar un día más con todo su trajín y desenfreno me resulta aterradora. ¿Qué está pasando, Carlos? No lo sé, Marta, todo esto ha de tener una explicación.

A la mañana siguiente Marta se despierta y comprueba que la alarma no ha sonado a la hora habitual. Carlos la desconectó y avisó en las oficinas de que Marta no iría a trabajar. Junto a la cama ha dejado una bandeja con el desayuno y una nota que ella lee con verdadero interés. Sobre la mesita de noche hay un pequeño paquete de la farmacia que contiene un test de embarazo. Marta está completamente aturdida, lee las instrucciones que acompañan al dispositivo y se dirige al baño para realizar la prueba. El resultado es positivo: está embarazada. En cuestión de segundos cientos de imágenes, qué digo, miles o millones, se agolpan en su pantalla mental. Siente una mezcla de vergüenza y miedo al realizar un cálculo aproximado de la reacción que tendrán sus padres ante la noticia. ¡Ni que fuera una adolescente! Piensa en cómo se lo tomará Carlos, siempre tuvieron tan claro que bajo ningún concepto contribuirían a la perpetuación de la especie. Con una mano en el vientre rememora cada una de las palabras pronunciadas por el ginecólogo y de repente cada síntoma adquiere nuevas interpretaciones. Los sangrados, la tensión en el pecho, el agotamiento, las ganas de llorar, los cambios de humor…

Marta ha desaparecido. Se ha marchado con un par de mudas, el móvil y el cepillo de dientes manual. Carlos la ha llamado varias veces pero no responde. Sabemos que estuvo en la clínica privada en la que trabaja Elena, la hermana de Ana. Ella es matrona y le arregló una cita con una compañera. Le hicieron una ecografía, está de dieciséis semanas. Es una niña. De momento nadie sabe nada más de ella. ¿Y qué piensa hacer? No tengo ni idea. Imagino que a partir de este momento están a punto de suceder muchas cosas. Ven, vamos.

Cuento de Susana Heras para minimaLITERARIA. Ilustraciones de Ana Collado. Puedes acceder a la versión ilustrada por capítulos en minimaLITERARIA.

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