[Septiembre de 2013. De cuando decidí trabajar menos y tener tiempo en el que poder encontrarme]
Este curso voy a trabajar con jornada reducida. Esta decisión es el resultado de un largo proceso y a su vez creo que puede convertirse en generadora de muchos otros frutos. Decrecer económica y profesionalmente para dejar espacio a otros ámbitos: tiene sentido. El hecho de experimentarlo como una necesidad, junto con la idea de no tener un propósito determinado más que volver a mí y buscar sin perseguir una idea determinada, caminar sin marcarme un objetivo concreto, refuerza la idea de estar en el camino de vuelta a casa en el sentido en el que Clarissa Pinkola se refiere a este término en Mujeres que corren con los lobos.
Este cuaderno es uno de los vehículos que he elegido para regresar. De igual modo que lo es el ejercicio físico o el cuidado de la alimentación. Todo forma parte de una misma cosa, de la atención que me debo. Sólo así podré estar disponible para el disfrute, para la vida. Poner freno es una necesidad a la que deseo responder ahora. No quiero ver cómo las semanas se esfuman, se escapan los meses, se funden los años… Quiero vivir a una velocidad acorde conmigo, que me permita escucharme, sintiendo la transformación. Evolucionando, creciendo. Sin correr a oscuras hacia ninguna parte.

Me alienta pensar que el hecho de ser una mujer madura, madre de dos hijos, profesional y socialmente integrada no ha cercenado mi voluntad. Sigo teniendo capacidad de reflexión, de búsqueda y cuestionamiento. Tal vez las tengo más que nunca y de las cosas que he mencionado antes posiblemente la maternidad sea la que más me ha ayudado a encontrarme. O mejor debería decir a querer ir buscándome, que es realmente en lo que estoy. Es curioso, ya que en nuestra sociedad ser madre implica un alto riesgo. La forma en que se nos convierte en sujetos pacientes durante el embarazo y la violencia con la que se nos pone en manos de la autoridad sanitaria en el parto son puros actos de sometimiento. Salir indemne de todo ello o ser capaz de recomponerse debe suponer una gran fortaleza interior.
Creo que mi segundo parto fue el que me puso en la pista de estas cosas. Fue consciente, natural y respetuoso. Solamente después de haber experimentado esta tesitura comprendí hasta qué punto el anterior me había dejado de lado, como si eso que estaba sucediendo, es decir, el nacimiento de mi primera hija, fuera un asunto médico a resolver entre profesionales o una cuestión social necesitada de la burocracia pertinente. Y nada más. Luego una mujer que se resiste a la queja y se marcha a casa sin la más mínima pista de lo que vendrá después, supuestamente ilusionada.
Hoy estuve leyendo uno de los libros de Aletha Solter sobre educación consciente. Hablaba de las necesidades de los niños. La necesidad de llorar, de curar las heridas del alma, de afrontar los miedos, de ser queridos incondicionalmente en su integridad (también cuando se portan mal, ¡más que nunca cuando se portan mal!) y todo ello me ha conducido a mis propias necesidades. Compruebo que he ido encontrando argumentos muy aparentes para postergarlas y veo con claridad que no puedo dejarlas aparcadas ni un minuto más. Si quiero ser una persona saludable, al menos en parte satisfecha, feliz, plena y generosa, debo ponerme manos a la obra. Trabajar en mi reconstrucción. […]
Este no es un camino de perfección. Siempre existirá un miedo, un deseo inalcanzable, una frustración, una pena tan invisible como punzante. El eco de un dolor antiguo y mal curado. No estoy hablando de equilibrio, ni de convertir mis sueños en el motor de mi vida. No busco la felicidad completa, no aspiro a la plenitud, ni creo en ella. Estoy hablando de levantarme y echar a andar. De momento, hacia casa.
Mi ropa manchada habla de mí, pero no soy mi ropa manchada. Soy la que está debajo de todas estas manchas, de toda esta ropa.