Cuento de Navidad

Imagina que todas tus compañeras de piso tienen plan para las vacaciones de Navidad menos tú. Paola se va a casa de sus padres, al sur de Italia. Por lo visto ni ella ni su familia conciben pasar unas fechas como éstas de otra manera que no sea reunidos en torno a una mesa llena de comida. Janette se marcha a Barcelona para conocer en persona a una chica con la que lleva tonteando desde que llegó a España. Y yo me quedo aquí, compuesta y sin novio. Que quiere decir llena de posibilidades pero sin ningún plan a la vista. En principio iban a venir mi madre y mi hermana a visitarme aprovechando las vacaciones de invierno. Me hacía ilusión en parte, pero me agobiaba la idea de que el drama por el que está pasando mi madre, con su segundo divorcio en marcha, me acabara explotando en la cara. Este curso me he propuesto disfrutar y, sobre todo, no cargar con los problemas ajenos, ya sabes que este tema se me suele ir de las manos. De hecho elegí Valencia como destino para mi Erasmus porque en todos los foros que consulté se hablaba de buen tiempo, playa, gente muy abierta y fiesta garantizada. Ideal para una chica que tiende al abismo hasta el infinito y más allá.

Llegué en agosto a la ciudad, en plena ola de calor, y me costó la vida encontrar piso. Los que no estaban en el quinto pino eran un completo desastre. Acabé por instalarme en la Avenida Ramón Llull, a tiro de piedra de mi facultad, o lo que es lo mismo, a cinco minutos caminando. Aproveché las primeras semanas de mi estancia para hacer un curso intensivo de español y me compré, por recomendación de mi profesor, un diccionario de frases hechas. Siempre que puedo meto alguna, a ver si cuela. Pero algunas se me resisten, sobre todo las que no tienen traducción posible a nuestro idioma o hacen referencia a alguna cuestión cultural fuera de mi alcance. Tengo una vecina que me está ayudando con este tema. Casi todas las expresiones que tienen que ver con santos y cosas así las he aprendido de ella: Se me ha ido el santo al cielo, Llevo todo el santo día limpiando, Hacer algo en un santiamén… Ésta última me flipa.

Mi hermana Helga está en una edad difícil donde las haya. Todo le parece mal, todo es un complot contra ella, nada tiene sentido. ¡Y encima ahora está viviendo el tortuoso divorcio de sus padres! A mí me da mucha vergüenza reconocerlo pero me alegro en secreto de que se les haya hecho la torta un pan. Esta expresión, la verdad, no sé si se utiliza así, ¿vale? La cuestión es que el plan de venir a visitarme por Navidad ha fracasado por un presunto ataque de lumbalgia que al final ha terminado en infección de riñón. Me sabe fatal, pero casi mejor así, la verdad. Es que, una mamá llorando por los rincones y una hermanita preadolescente protestando a toda hora por cualquier gilipollez no sonaba muy apetecible como plan navideño. Así que, con todo el dolor de mi corazón, es decir, con una pena no exenta de remordimiento, me he ido a tomar unas cervezas con mis compañeras de piso por el Cabañal para despedirnos antes de que se marchen. Por cierto, que también estoy aprendiendo a hablar valenciano. En la UPV dan clases para los extranjeros y también para los que no lo saben hablar o quieren certificar el conocimiento de la lengua de manera oficial. Da puntos, pero todavía no he averiguado qué significa esto último. Ya me sé algunas frases hechas en valenciano: lo que va davant, va davant. Ésta es una de mis preferidas y quiere decir que si puedes tomarte una cerveza que te la tomes, que luego ya si eso nos tomamos otra cuando llegue yo. Porque si no te la tomas por esperarme, igual luego yo no vengo y te quedas sin tu cerveza. ¿Lo pillas? Eso, pero aplicado a cualquier otra situación de la vida. ¡La gente aquí es imprevisible!

Cuando las chicas se marcharon me quedé triste, la verdad. Pero luego me acordé de lo que siempre me dices: cualquier situación, por difícil que parezca, puede convertirse en una maravillosa oportunidad. Mira, si quieres que te diga la verdad, nunca he creído en este tipo de chorradas. Llámame cuadriculada pero siempre he sido muy partidaria de llamar a las cosas por su nombre y esto es una putada. Pasar estas fechas lejos de casa, en una ciudad que apenas conozco, sin nieve, sin lagos a los que ir a patinar con mis auriculares, sin olor a galletas de mantequilla… ¡Yo no sé cómo aquí los niños pueden creer en la magia de la Navidad! En fin, he quedado con unos compañeros de la EOI para ir a tomar una orxata (¿?) Estoy realmente deprimida. Venga, Astrid, me digo, tienes que hacer algo, no puedes quedarte ahí arrugada en el sofá viendo los coches pasar. Así que, me pongo el último jersey que me hizo la abuela y acudo al punto de encuentro con más voluntad que ilusión. Estoy tratando de convencerme de lo del cristal con que lo mires, pero no hay manera. Debo estar atravesando una de esas crisis. Ya me he sorprendido en más de una ocasión rumiando aquello de no soy pesimista, soy realista… ¿Sabes, cuando me pongo en ese plan? Pues eso. Cómo me gustaría que estuvieras aquí y pudieras ayudarme con estas cosas. Hoy te echo de menos un poco más de lo habitual.

La verdad es que valió la pena. El sitio al que fuimos era alucinante: una alquería en medio de la huerta con una barraca auténtica. He hecho un dibujo para que te hagas una idea, pues no alcanzan las palabras para describirlo. (Le he metido algunos detalles de mi cosecha a la escena, pero sé que sabrás hacerte cargo…). Además la orxata estaba deliciosa y la gente de la escuela de idiomas es mucho más maja de lo que parecía en clase. Venga, te lo voy a contar: he conocido a un chico. Pero no se lo digas a nadie, ¿de acuerdo? Ya te diré yo cuándo puedes contarlo si es que llega el momento. No habla casi español, pero no nos hace falta. Nos hemos entendido a las mil maravillas. ¡Y ahora tenemos el piso para nosotros solos! Al final va a ser verdad lo de las oportunidades… Es de Nepal y como tiene un nombre tradicional e impronunciable yo le llamo Nepal. Por cierto, qué calor pasé en la barraca. En España no hay lugar para la lana. Aquí los jerséis son de chicha y nabo. Jajajaja, esa expresión me hace cosquillas. Es monísimo… Nepal, quiero decir. ¡Y cocina súper bien! Es flipante. Nos pasamos el día bromeando… ¡en serio! Tiene los ojos rasgados y la piel oscura. Un pelo negro y resistente. Brillante, grueso. Sabes de qué tipo de pelo te estoy hablando, ¿no? Yo nunca había tocado una cabeza así. Y… ¿sabes qué? Podría pasarme las horas pasando mis dedos por su cabellera. A él le encanta y se queda dormido en el sofá mientras vemos una peli española. Jajajaja. Nepal me ha salvado la vida. ¡La magia de la Navidad existe!

Esta ciudad es mucho más bonita de lo que a veces pueda parecer. Como mi piso está cerca del campus y paso tantas horas en la UPV se me olvida que hay vida más allá de estas cuatro avenidas. Pero Nepal ha sido un revulsivo en todos los sentidos. Llevamos toda la semana visitando lugares hermosos. Vamos mucho al barrio de Ruzafa, donde está nuestro café preferido. Al cauce del río, con sus jardines y puentes. A la Ciudad de las Artes… Nos encanta pasear por el Barrio del Carmen. ¡Llevo una semana dibujando sin parar! Nepal me mira y sonríe. Flipa con mis dibujos. Me trae un chocolate caliente. O unas castañas. A veces me pregunto qué pasaría si todos los edificios se volvieran transparentes por un instante. Supongo que estas cosas se nos ocurren a las locas de la arquitectura y a las amantes de Minecraft. Es que me encantaría poder atisbar la vida interior de los edificios de esta ciudad. ¿Quién hay dentro? ¿Cómo viven? ¿Se trata acaso de un inmueble tristemente abandonado? ¿O de un hogar familiar rebosante de vida y trajín? ¿Quién adquirió la vivienda? ¿Es de alquiler o en propiedad? ¿Cuánto paga? ¿Hace mucho tiempo que vive en ella? ¿Es su hogar de toda la vida o un lugar de paso? ¿Cómo percibe su hogar, como abrigo o como amenaza? ¿Y el mobiliario? ¿Y la decoración? ¿Y los olores? Me encantaría poder resolver todas estas incógnitas. Obtener, por ejemplo, un permiso para visitar domicilios. Llamaría a los telefonillos con total impunidad: Soy yo, Astrid, la visitadora domiciliar, he venido a echar un vistazo. Me bastaría con observar, no estoy hablando de meterme en la vida de nadie. Sólo mirar a la gente de puertas hacia dentro. Nada más.

Nepal y yo nos hemos apuntado a una fiesta de sin planes. De perdidos al río, podría decirse… La cosa funciona así: todo aquel que no tiene plan para Nochebuena acude al recinto con un plato especial cocinado en casa y un regalo. Los organizadores lo tienen todo previsto, montan el buffet con las aportaciones culinarias y distribuyen tiquets de bebidas. Puedes comprar uno por 20 euros, que incluye la bebida de la cena más el cava para el brindis, o uno por 40 euros que te da derecho a barra libre durante toda la noche. Como Nepal no bebe alcohol y yo he decidido no pasarme de la raya hemos comprado el tiquet sencillo. Luego está el tema de los regalos, cuando llegas a la fiesta entregas tu paquete de forma anónima. Entonces le ponen una etiqueta con un número y lo colocan bajo el árbol de Navidad. Después de la cena se hace un sorteo y cada participante acaba recibiendo un regalo. Ésta era la parte que más me preocupa y eso que soy vegana, con lo cual el tema de los buffets lo llevo fatal. Pero los regalos se me dan todavía peor: ¡nunca me gustan los regalos que me hacen! Mamá no acierta jamás. Así que imagínate si quien lo compra es una persona desconocida. Nepal me ha aconsejado que lo dé por perdido de antemano. Imagina algo horrible, lo peor que te pueda tocar y da por hecho que será así de chungo o peor. Yo sé que tú me hubieras dado un consejo parecido. Sé también que Nepal te encantaría.

Hace por lo menos una semana que no te escribo. Estoy muy depre. Y tengo la sensación de que jamás voy a salir de este estado. Quería contarte la fiesta de Nochebuena, lo bien que lo pasamos, lo divertido que fue conocer a toda aquella gente tan dispar y exótica para mí, lo pedo que me puse por veinte euros… Los días que se sucedieron fueron mágicos. Estuvimos en casa de Nepal, bueno en la casa de su tía, que está en Benimaclet y es donde se ha hospedado todo este tiempo. Me pasé un par de días con la batamanta que me tocó en el sorteo puesta, haciendo papiroflexia y comiendo los deliciosos platos que él cocinaba para mí. Mi mejor fantasía hecha realidad. Luego llegó la Nochevieja y el día de Año Nuevo. Nunca imaginé que unos fuegos artificiales pudieran emocionarme hasta ese extremo. Todavía lloro cuando recuerdo el calor de su abrazo y las luces de colores derramándose tras las palmeras del Paseo de la Malvarrosa. A estas alturas ya te lo habrás imaginado. Tú, que me conoces mejor que nadie. Nepal se ha marchado. Él siempre supo que llegaría este momento más pronto que tarde, que es un concepto temporal que se maneja por estas latitudes pero que yo soy incapaz de comprender. Para mí, no sé, llámame loca, el tiempo se mide en horas, cada una tiene sesenta minutos. El día veinticuatro horas, la semana siete días y así sucesivamente. Sin embargo, todas estas cantidades han dejado de significar. Nada tiene medida, ni peso, ni esencia. Porque ya nada importa.

Nepal me ha dejado una carta preciosa que me escuece tanto como el vinagre en la herida. Ya invento mis propias frases hechas. Su primo, que es compañero mío en la EOI, me la dio ayer en clase. Debo haberla leído una quinientas veces. Ha vuelto a casa para seguir cuidando de sus abuelos que es, por lo visto, a lo que se dedica. Dice que prefirió no hablarme de ello antes porque, como dicen en su familia, no hay que llorar con lágrimas de hoy las penas de mañana, o lo que es lo mismo, disfruta del momento y no te lamentes por lo que pueda suceder después. ¡Qué fácil es decirlo! El lenguaje es un laberinto, cada idioma tiene sus propias escaramuzas. Las palabras a veces me llenan el alma, otras, fustigan mi corazón o me secan la boca. Con frecuencia me agarro a ellas con desespero y hasta parece que les imponga la obligación de salvarme. Pero hay sintagmas que pueden llegar a dejarme sin aliento. Y una sola palabra, una sola, que por poco me mata. ¿Sabes lo que echo de menos, papá? El queso marrón y hablar en noruego. Parece una tontería, pero echo de menos la caricia de sus fonemas en el velo de mi paladar. Estoy atrapada en una colección de recuerdos. Los revivo y me alejo de aquí, me escapo de ahora. Porque quiero estar allí con él y que mi vida sea esa, pero está claro que las cosas no son así, que la vida, en caso de ser un caramelo, viene envuelta en un papel muy negro que a duras penas se puede desliar.

Querido, papá. Sigo escribiendo y dibujando para ti siempre que puedo. A mis 21 años debo haber acumulado más de doscientos bocetos y ni se sabe la cantidad de renglones. Sé que mucha gente pensará que soy una chalada por hablar constantemente con un señor que no está. A mí no me importa, eres mi padre y siempre te defenderé a capa y espada (expresión muy poco vegana, por cierto). Hablando del tema, se ha muerto mi vecina. La del sexto. Desde que volvieron mis compañeras de piso de las vacaciones empezamos a notar un olor extraño al entrar en el edificio. Como en esta ciudad el mantenimiento de las alcantarillas no es que se cuide demasiado, lo achacamos a algún problema de ese tipo. Pero a mí me olía más a queso azul que a ninguna otra cosa. Llegué a pensar que igual tenía que ver con las viandas que Paola había traído de Italia. Janette decía que olía a chotuno, es decir, a hombre que usa poco jabón, para entendernos. Pero yo, erre que erre con el queso. Y mira, al final, no iba tan desencaminada. Como la pobre se había quedado para vestir santos y su familia se ve que no estaba muy pendiente, la mujer llevaba varias semanas pajarito en su vivienda. A mí me da mucha pena. Y hasta me siento culpable por no haberme dado cuenta antes. ¡Tan absorta estaba en mi propio drama! Por eso en ocasiones me alegro de no haberte conocido, porque no voy a tener que sufrir el dolor de perderte. Eres perfecto para mí: yo soy tu roto y tú, mi descosido.

¿Sabes qué? Últimamente he pensado mucho. No quisiera vender la lechuga antes de haberla plantado, pero tengo que anunciarte algo: creo que he encontrado un propósito para mi vida. Algo que me llena y me hace sentir más yo que ninguna otra cosa. Ah, claro… Tú querrás que te lo cuente todo, pero ahora tengo que marcharme. He quedado con unos compañeros de clase para ir al cine. No creas, que me da pereza. Pero hay que animarse, volveré pronto.

Cuento de Susana Heras para minimaLITERARIA. Ilustraciones de Ana Collado. Puedes acceder a la versión ilustrada por capítulos en minimaLITERARIA.

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