¿Hay papel ahí? No. Mierda. ¿Pero por qué son tan cerdos? Tranquila, creo que llevo clínex… Pues no. Pienso llenarles su váter de mierda. Ana, respira… ¿Qué quieres, que afloje? Que piense en el maravilloso viaje que nos espera. ¡Mierda! Toma, coge esto. ¿El qué? Cógelo. ¡Qué demonios es esto! Arrúgalo y estíralo. Arrúgalo y estíralo. ¡Un menú escolar! ¿Y para qué quiero yo esto? Si reblandeces el papel podrás limpiarte. Estás de coña… Venga, tía, tienes que intentar calmarte un poco, el mundo no está contra ti. No hay papel y es una putada, pero aquí hay gente que te quiere… ¡Calla! Por favor, cállate. No digas nada. ¿Puedes? ¿Crees que podrás mantener tu maldita boca cerrada por una sola vez? Te estás pasando, Ana, no hay papel higiénico. No es el fin del mundo, ¿sabes? Y te estás poniendo como una loca histérica. Pero, ¿qué haces? Llenar el váter de mierda, ya te lo he dicho. Joder, te estás pasando, tía, te estás pasando. Se van a cagar cuando vean el cuadro que les estoy montando…

Nuca mojada, huele a desinfectante industrial. Una voz al otro lado de la puerta. Hay un perro que ladra. Que no, que no sé cómo te llamas. No tengo ni la más remota idea. Pues estamos bien… A ver, que lo normal sería que lo supieras tú, ¿no crees? Sí, claro, y lo normal sería salir del cuarto de baño y saber dónde estás o a dónde te diriges… Está claro, nos están gastando una broma. ¿Una broma quién? Pues él. ÉL. Sí, vale, no me acuerdo de cómo se llama. Estará en algún bar de carretera por ahí fuera tomándose algo. ¿Y cómo dices que se llama? Digo que no me acuerdo. ¡No me acuerdo y punto! ¿Y a ti te parece normal parar a mear en una gasolinera en medio de la nada y al salir no acordarte ni del nombre de tu amiga? A ver, que yo no he dicho que tú y yo seamos amigas. Además no entré a mear, entré a cagar. Lo que tú quieras, el caso es que hemos entrado al baño juntas, ¿no? ¡No! Hemos salido juntas. Y tú te llamas Ana. Presente. ¿Y cómo se supone que sé tu nombre? ¿Nunca te cansas? Quiero decir, ¿eres siempre tan pesada? Mira, vamos a preguntarle al idiota ése si ha visto algo, ¿de acuerdo? Seguramente no pierde detalle de cuanto pasa en este desierto infame.
El perro salta para coger el palo. El muchacho levanta cada vez más el brazo, algo corto para su talla. Es un juego con el que se divierten ambos. Yo no he entendido nada, qué demonios ha dicho. Pues que no ha visto a nadie. ¿Pero hablaba nuestro idioma? Pues claro, ha sido muy amable y nos ha ofrecido el teléfono por si queríamos llamar a alguien o lo que sea. Qué majo, el Forrest Gump… Ya vale, estás rabiosa y arrasas con todo. Estoy rabiosa porque me han dejado tirada en medio de la nada con una tipa que no para de tocarme las pelotas. Mira, en el bolso hay llaves por un tubo, un par de cartas del banco, un pintalabios en las últimas, un bolígrafo sin capucha, varias gomitas del pelo, un chupete roñoso, un paquete de filipinos por la mitad y un playmóbil. Es un chérif. Vaya por Dios… ¿Y la cartera? Está vacía. ¡Mierda! Y el móvil no se enciende. Vámonos de aquí, Ana, y deja de gritar, te estás haciendo polvo la garganta. Y dónde se supone que vamos a ir, ¿de bares? No lo sé, pero yo paso de quedarme aquí, tengo frío y se está haciendo de noche. Tú haz lo que quieras, yo me voy.
Náuseas. El olor a desinfectante se ha quedado impregnado en sus fosas nasales. Busca, busca. Y lanza el palo. La silueta a lo lejos cada vez más pequeña se recorta sobre un ocaso malva y extraño. Tu amigo Forrest dijo que el antro estaba a unos diez minutos, ¿no? Sí, eso ha dicho. Pues llevamos caminando más de media hora. ¿Cómo lo sabes? No tienes reloj. Porque lo sé, porque lo noto. Y no veo rastro de edificio alguno, ni poblado, ni señales de vida humana… El idiota miente. Miente. Forma parte de la broma. Claro. Está compinchado con el otro, ¿entiendes? Sí, Ana, entiendo. Me tratas como a una loca. Eso no es verdad. Sí, siempre lo has hecho. ¿Que siempre lo he hecho? No sé de qué estás hablando. ¡Pues de tus aires de superioridad, de tu insolencia, de tu desprecio! Espera un momento, ¿qué es aquello? Mira, allá, después de aquel repecho… Sí, ya estamos, debe ser eso. ¡Vamos! Me muero por una cerveza. Que esté abierto, que esté abierto, ¡que esté abierto, joder!
En el fondo hemos tenido mucha suerte. Sí, claro, somos super afortunadas. Venga, tía, podría haber pasado de nuestra cara y sin embargo nos ha puesto de cenar sabiendo que no teníamos pasta. Yo creo que le has gustado. ¡Pero, qué dices! Esa tía no te quitaba el ojo de encima. Joder, Ana, no pierdes ocasión. Es todo muy raro, además tú no tienes nombre y eso me resulta muy incómodo. Deberíamos ponerte uno… Llámame Aire. ¿Aire? Sí, ese es mi nombre, antes no te lo dije porque te ríes de todo, ¿sabes? ¡Joder! Aire. ¿Y tengo que llamarte así? No sé, haz lo que quieras. Me da igual, eso no me preocupa, sino todo lo demás. El bolso, por ejemplo, en caso de que sea mío. Las cartas, el chupete… Por lo visto yo solía tener una vida. En algún lugar debe andar el tipo del remite preguntándose qué está pasando, por qué no contesto a las llamadas y todas esas cosas. ¿Y tú? ¿No estás preocupada? Bueno, he pensado algo, claro. Pero no quiero rascar demasiado, ya me entiendes… No, no te entiendo. Pues que como no sabemos nada podría ser cualquier cosa, ¿me sigues? ¿Y si hemos matado a alguien y estamos en plena fuga? Mira, Ana, no sé tú, pero yo no he matado a nadie, de eso estoy segura, sería incapaz. Aquí no hay nada seguro y si yo he podido matar a alguien tú también. Además siento miedo, desorientación, como frío en la nuca. Y huele a desinfectante. En un principio lo normal habría sido llamar a la Policía y pedir ayuda, sin embargo hemos evitado el tema cuando aquel chaval nos ofreció el teléfono. ¿Tú no tienes miedo? Sí, claro. Pero a lo que le tengo miedo es a despertarme mañana y no saber qué es lo que tengo que hacer.

¡Vaya asco de habitación! Cómo te pasas. Ay, es verdad, disculpa, se me había olvidado decir lo agradecida que me siento porque voy a dormir en un antro de mierda en mitad del desierto de los Monegros. Por lo menos ahora sabemos dónde estamos. ¡Y es el infierno! Eres tan borde. Soy como tú, solo que digo lo que pienso. Y tú vives acogotada, como si te estuvieran vigilando todo el rato, como si te fueran a poner nota. O como si fueras a quedarte sin excursión si te portas mal. Ja, ésa sí que es buena. ¿No te acuerdas? ¿De qué? De las excursiones a ver a la Santa. Teníamos instrucciones detalladas sobre la uniformidad. Nos pasábamos un mes ensayando el himno, la misa solemne, los coros… Molaba mazo porque perdíamos un montón de clases. Me acuerdo perfectamente: Señorita Collado, usted sólo mueva la boca. ¡No cante, por el amor de Dios! Jajajaja, eres la monda… Pero yo me moría por cantar y no me dejaban porque según la Yoda desafinaba. Lo que pasa es que tenías la voz rasgada, roquera. Y me la sabía enterita: Junto al sagrario Santa Micaela, lámpara viviente, delicada flor, que con sus aromas a Jesús consuela y almas resucita con celoso ardor. El fuego divino de su ardiente vela en el mundo entero ansía prender. Y con su bandera, jirón de los cielos, gloriosa victoria nos hace entrever… ¿Te das cuenta? Ya lo tenemos. ¿Cuántos colegios de la congregación de las Adoratrices del Santísimo Sacramento puede haber en el estado? ¿Y el dedo incorrupto? ¿Es que no te acuerdas del dedo? Íbamos todos los años a visitar la reliquia. Aunque nos preparábamos para el momento, siempre había alguna que se desmayaba. O que echaba la pota… Era como una zanahoria revenida. Una frankfurt disecada. Y la tenían en una especie de urna en la gruta que había detrás del altar de la capilla. Lo que le habré rezado yo a la Santa para que me hiciera buena… ¿No te acuerdas de cómo nos gustaba ir en autobús a la ciudad? Las mayores nos martirizaban diciendo que María Micaela era la Santa de las putas y que todas las que estábamos allí teníamos un pasado oscuro. Pero yo era super devota, tenía todos los artículos del merchandising de la fundadora. ¡Me pasé dos años ahorrando para comprar el pin con baño de oro! ¿Habrá ordenador en la sala de la tele?
Aquí dice: De familia noble, nació en Madrid, pronto sintió compasión por las mujeres que se dedicaban a la prostitución y fundó varios centros para corregir y dar apoyo a las mujeres que vivían en pecado. También pone que desde los años ochenta varios de los centros de la congregación se han dedicado a la educación de hijas de mujeres en riesgo de exclusión social. Pues al final va a ser cierto… Por lo visto allí conviven alumnas internas y externas, se apuesta por la integración de las pupilas que viven en régimen de acogida. ¿Y tú a qué conclusión llegas? Ni idea. ¿Te acuerdas de tus padres, de tus hermanos, un pasado familiar o algo así? Me acuerdo muy vagamente de algunos detalles, la franja elástica de los calcetines de ganchillo y el picor de la marca que dejaban… El olor a limpio de los pasillos encerados y a desinfectante en los baños. ¡Es ese olor! Mira, aquí está lo que buscamos: la reliquia se encuentra en Valencia, en uno de los tres conventos de la orden que quedan. ¿Y? Pues nada, que si queremos ir a preguntar igual saben algo de nosotras.
Querida, Aire. En primer lugar, gracias por todo. Me gustaría explicarte lo que he pensado desde que te quedaste dormida para que entiendas mejor la decisión que he tomado. Anoche mientras recordábamos todos aquellos momentos de la infancia comprendí que llevamos juntas desde siempre. Posiblemente me conoces mejor que nadie. Por lo visto, estuviste a mi lado desde el principio: sosteniéndome cada vez que el suelo se movía bajo mis pies, mitigando mi ira cada vez que las circunstancias no acompañaban. Tal vez por eso, por mucho que trate de exponer mis razones, no creo que vayas a comprenderme: No voy a volver. Puede parecerte un acto irresponsable o una reacción absurda. Yo creo que la nuestra debía ser una vida buena, la verdad. Todas esas llaves que abren puertas. Los niños, las cartas, alguien que te espera al llegar a casa, tal vez con la cena hecha. También estoy convencida de que no hemos matado a nadie, eso lo dije sólo para pincharte. Estoy segura de que ninguna de las dos eligió conscientemente el olor a desinfectante, ni una habitación con vistas a un desierto. ¿Y nuestras voces, tú te reconoces? Lo que ahora me pregunto es por qué esta vida, por qué precisamente ésta y no otra. Dejo el bolso aquí, no necesito nada de lo que hay dentro. Ya he hablado con los del hostal y con la camarera, está todo arreglado. Voy a pedirte un último favor: no me busques. Para cuando leas esta carta, si es que te despiertas, estaré ya muy lejos. Evita entonces nombrarme, no le cuentes a nadie lo nuestro. Siempre tuya, Ana.

Cuento de Susana Heras para minimaLITERARIA. Ilustraciones de Ana Collado. Puedes acceder a la versión ilustrada por capítulos en minimaLITERARIA.