[Septiembre de 2020- 2022. De la respiración y la escritura.]
Llevo escribiendo cuentos de manera más o menos sistemática (todo lo sistemática que puedo llegar a ser) desde hace tres años y medio. Desde entonces he escrito unos doce. También conservo algunos borradores de relatos que no he llegado a terminar y que tal vez retome más adelante. Son unos veinte en total. Tengo varios cuadernos con apuntes, anotaciones, ideas para posibles cuentos futuros. No es mucho, pero tampoco me atrevo a decir que sea poco. Si de entre todos ellos hay al menos un par que sean buenos, que se puedan considerar versiones definitivas de algo que merezca la pena ser leído, ya habrán dado su fruto todos estos ratos que he dedicado a escribir en vez de coser botones o mirar la televisión, por ejemplo. Pienso en cómo serían las cosas si yo dispusiera de tiempo abundante para la escritura. Me refiero a tres o cuatro mañanas completas a la semana. Es difícil saberlo, por ahora esto es lo que hay y de alguna manera mi cabeza funciona del modo en que lo hace porque mi vida es como es. No puedo saber de qué modo afectaría a mi pensamiento el no tener que trabajar o vivir en una gran ciudad, por ejemplo. Soy una mujer con tres hijos que vuelve del trabajo cada mediodía atravesando marjales y dunas.
Es verano, el verano más extraño de nuestras vidas, como hemos dado en llamar al periodo que ha sucedido al largo confinamiento durante la pandemia, y no he podido escribir una línea en todo el mes de agosto. Yo que pensaba que en verano tendría tiempo y podría escribir. Pero no suele ser así, la rutina es más compatible con el puzzle vital en el que juego a encajar la pieza de la escritura que la dinámica vacacional. Además este mes de agosto ha sido también duro por lo que respecta al trabajo. Estoy preocupada por cómo serán las cosas el próximo curso, le he dedicado tiempo a organizar los materiales que deberé utilizar con mis alumnos en caso de un nuevo confinamiento. Ser profesora cada vez más se está convirtiendo en un escollo, todavía no he encontrado otra palabra mejor para nombrar la sensación que me produce mi profesión, a la que me he dedicado durante catorce años con vocación y entrega.
Disfruto de unas condiciones laborales supuestamente ventajosas: un buen horario, un sueldo suficiente, vacaciones escolares; y sin embargo, me resulta muy complicado encontrar momentos para escribir. Porque a la labor académica (preparación de las clases, correcciones de los ejercicios, lecturas para ampliar conocimientos, horas lectivas…) hay que sumar el cuidado de los hijos, las rutinas domésticas y la vida social. Es muy complicado mantener un equilibrio saludable entre los diferentes factores que conforman la realidad. Por suerte cuento con el apoyo incondicional y verdadero de mi pareja, pero el agotamiento mental no se comparte y la desilusión tampoco. En ocasiones he fantaseado con la posibilidad de una beca o una excedencia para dedicarme a la escritura de manera integral al menos durante un tiempo. Sin embargo, hay varios aspectos que se manifiestan como reticencias a esa opción: por un lado la convicción de que soy quien soy por cómo es mi vida, con todos los deberes, quereres y listas de tareas imposibles de completar en plazo. Y desde ahí es desde donde escribo, desde donde he construido mi identidad. Por otra parte, siempre he pensado que mi profesión me permite al menos parcialmente cumplir un propósito que considero vital: hacer que las cosas sean mejores de lo que podrían ser. No porque me considere una profesora excepcional o con grandes conocimientos, sino porque he dado con la clave para establecer una comunicación con los estudiantes que es productiva para ambas partes. Tal vez algún día transcriba aquí algún fragmento sobre este asunto que me empecé a plantear hace casi dos décadas, cuando comenzaba mi carrera como profesora y buscaba mi voz. Sigo haciéndolo, tanto en el terreno docente como en el de la escritura y por supuesto en el de la maternidad, pero ya cuento con algunos hallazgos y también con unos pocos frutos.
Todo cambia, todo evoluciona: los hijos crecen, los alumnos son nuevos cada año y la escritura va conquistando parcelas de mis aspiraciones que antes no existían. Así que también yo voy mutando, adaptándome a las nuevas condiciones. La práctica del yoga es parte del camino en la búsqueda de respuesta para muchas de las preguntas que me hago. Dispongo de todo eso: un trabajo que me interesa, unos hijos junto a los que quiero crecer, la escritura para ser y el yoga para enseñarme cómo hacerlo. A veces me digo que no tengo derecho a quejarme, pero sé que no es verdad. Sí lo tengo, como tienen derecho los estudiantes a rechazar las lecturas que les planteo o como tienen derecho mis hijos a tratar de franquear los límites que les marco. Estoy escribiendo un cuento que habla de estas cosas, ojalá pueda mostrarlo pronto, bien por aquí o por algún otro medio. Lo importante es que no se detenga, que la escritura siga su curso. Hace poco una escritora muy conocida con la que hablé tras la presentación de su última novela me preguntaba qué escribo. Lo que puedo, contesté. Y se tomó nota de mi blog para leer alguno de mis textos. Comencé a escribir estas anotaciones en septiembre de 2020, tras un paréntesis escritor de varias semanas, y lo termino a punto de empezar el mismo mes en 2022. Es esto lo que escribo y así es como lo hago. Por el camino fueron varios cuentos, algunas reflexiones compartidas en redes sociales, esporádicos intentos de poesía, cartas y correos electrónicos a algunos amigos, anotaciones literarias para mis clases. Y los cuadernos: el dibujo de las letras, como la respiración en yoga, determina la profundidad de cada movimiento.
Como profesor me he visto muy reflejado en tu texto. Muchas gracias
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¡Gracias por tu lectura, Manu! Tenemos una profesión maravillosa y muy absorbente, hay todo un proceso en la labor docente que difícilmente se ve desde fuera. Un saludo, te busco y te leo en breve.
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Muchas gracias. Preparando ya la vuelta para mañana. Mucho ánimo y alegría para todo el curso
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Igualmente. ¡Arriba los corazones!
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Susana, ¡qué gusto me da leerte! . Yo no escribo, no tengo tres hijos y vivo en una gran ciudad y sin embargo hay algo en este texto, todavía no sé qué, que resuena en mí.
Gracias y abrazo grande!
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Muchas gracias, Maite. Por tu lectura y por esta conexión indestructible. Creo que la felicidad se teje con estos hilos, con la identificación y el placer mutuo que sentimos al saber las unas de las otras.
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